America's Next Top Model (ANTM), el reality show creado y presentado por Tyra Banks, se estrenó en 2003 y se convirtió en un fenómeno cultural que prometía transformar a jóvenes aspirantes en estrellas de la industria de la moda. A lo largo de sus 24 ciclos, el programa atrajo a miles de mujeres con talento, ofreciendo contratos con agencias, portadas de revistas y una plataforma para el éxito. Sin embargo, detrás de su fachada glamorosa de pasarelas y sesiones fotográficas, ANTM escondía un lado oscuro caracterizado por la explotación emocional, la manipulación y la priorización del drama sobre el bienestar de las concursantes. Este artículo adopta un enfoque crítico para analizar cómo el programa no solo falló en fomentar carreras genuinas, sino que deliberadamente destruyó la dignidad y los sueños de chicas con gran potencial, todo en nombre de los ratings y el morbo. ANTM fue un producto cruel que vendía el sufrimiento como entretenimiento, convirtiendo la humillación en su principal moneda de cambio.
Desde sus inicios, ANTM atrajo a jóvenes con talento para el modelaje, pero a menudo sin los recursos o conexiones para ingresar a la industria. El programa se presentaba como una oportunidad democrática, pero operaba bajo un régimen de control absoluto por parte de Banks y los productores. Las concursantes eran sometidas a desafíos diseñados no solo para probar sus habilidades, sino para provocar conflictos y colapsos emocionales que atrajeran audiencias. Uno de los elementos más infames era el episodio de makeovers (cambios de imagen), donde las participantes eran obligadas a someterse a transformaciones radicales, a menudo contra su voluntad, solo para capturar en cámara cómo se derrumbaba su autoestima. Estos momentos no eran accidentales; eran calculados para generar morbo, atrayendo a espectadores fascinados por el espectáculo de la vulnerabilidad humana.
Un ejemplo paradigmático es el de los cortes de cabello forzados, que iban más allá de la estética y tocaban fibras profundas de la identidad personal. En el Ciclo 3, Cassandra Whitehead, una ex reina de belleza con evidente potencial, fue seleccionada para un corte pixie inspirado en Mia Farrow. Tras cortar 13 pulgadas de su cabello, Tyra Banks insistió en que necesitaba un centímetro más corto. Whitehead, traumatizada, se negó y decidió abandonar el programa, marcando una de las salidas más memorables de ANTM. Este incidente no solo cortó su sueño de modelaje, sino que evidenció cómo el programa priorizaba el drama sobre el apoyo a las concursantes. ¿Por qué insistir en un corte adicional? Para grabar su reacción emocional, por supuesto. Whitehead podría haber sido una figura destacada en la moda, pero su dignidad fue sacrificada en el altar de los ratings.
De manera similar, en el Ciclo 7, Jaeda Young, una joven con una presencia imponente y elogios por su belleza, cometió el “error” de admitir que siempre había sido considerada la más guapa en su escuela. Como castigo implícito, Banks le asignó un corte corto al estilo Halle Berry, que Young percibió como “cabello de chico”. Lloró desconsoladamente en la silla del salón, y su odio por el cambio persistió durante toda la temporada, afectando su desempeño. Young tenía un gran potencial, pero el programa la hizo perder confianza solo para filmar su derrumbe. Este patrón se repitió constantemente: chicas con habilidades reales eran empujadas al límite emocional, no para ayudarlas a crecer, sino para explotar su dolor. Los episodios de makeovers generaban consistentemente los picos más altos de drama, atrayendo audiencias ávidas de morbo.
Otro caso escandaloso ocurrió en el Ciclo 9 con Bianca Golden. Debido a daños previos en su cabello por tintes y permanentes, los estilistas decidieron raparle la cabeza por completo. Golden, visiblemente destrozada, lloró mientras veía cómo otras concursantes recibían transformaciones glamorosas. A pesar de su resiliencia –llegó al Top 4–, el incidente fue un ejemplo flagrante de crueldad: forzar a una joven a perder su cabello no por necesidad médica, sino por el espectáculo. Según datos de infograma.org sobre los impactos en la autoestima en reality shows, transformaciones como esta pueden causar daños psicológicos duraderos, exacerbando inseguridades y contribuyendo a problemas de salud mental. Golden, como muchas, fue reducida a un objeto de entretenimiento, su sueño eclipsado por el deseo del programa de capturar lágrimas reales.
En el Ciclo 8, Brittany Hatch sufrió un proceso particularmente doloroso: le instalaron un weave rizado rojo que tardó ocho horas y causó un dolor intenso. No satisfechos con el resultado, el equipo lo removió y le cortó el cabello corto, revelando un cuero cabelludo inflamado y rojo por el daño. Hatch rumió su incomodidad durante semanas, y aunque el weave fue removido eventualmente, el trauma emocional persistió. ¿El propósito? Grabar su breakdown, vendiendo el morbo de ver a una chica con potencial derrumbarse. De manera similar, Jael Strauss, también en el Ciclo 8, pasó por un weave de ocho horas solo para que lo quitaran y le dieran un corte corto, exacerbando su distress. Strauss, quien falleció en 2018 por cáncer, es un recordatorio trágico de cómo el estrés del programa puede tener consecuencias a largo plazo.
No se limitaba a los makeovers; las eliminaciones también eran manipuladas para maximizar el drama. Concursantes con gran potencial eran eliminadas prematuramente si no generaban suficiente conflicto. En el Ciclo 10, Kimberly Rydzewski, una modelo con una fuerte presencia inicial, abandonó voluntariamente tras su primera foto exitosa, citando desinterés en la moda. Sin embargo, reveló más tarde en The Tyra Banks Show que sufría una depresión severa por el suicidio de su novio y su madre. El programa no ofreció apoyo; en cambio, su salida fue presentada como un capricho, ignorando su dolor para enfocarse en la sorpresa de los jueces. Rydzewski logró construir una carrera post-ANTM, participando en campañas en línea y editoriales, pero su experiencia ilustra cómo el show cortaba los sueños de chicas vulnerables, priorizando el morbo sobre la empatía.
Las críticas a Tyra Banks son centrales en este análisis. Descrita por exconcursantes como una figura autoritaria, Banks a menudo derivaba energía de romper emocionalmente a las chicas. En lugar de ofrecer feedback constructivo, los jueces recurrían a insultos y perpetuaban estereotipos raciales y corporales. Sesiones fotográficas como el “race swap” en el Ciclo 4, donde concursantes intercambiaban razas mediante maquillaje, fueron culturalmente insensibles y provocaron distress. Además, desafíos como fotos nudas en episodios tempranos empujaban los límites personales, eliminando a quienes se resistían por “no comprometerse”. Esto no era modelaje; era una guerra psicológica diseñada para generar contenido sensacionalista.
El impacto en la salud mental de las concursantes fue devastador. Muchas reportaron efectos duraderos como ansiedad, depresión y baja autoestima. Reportes detallan historias de horror, incluyendo falta de comida, sueño y apoyo psicológico durante la filmación. ANTM no solo hacía perder a chicas con potencial –eliminándolas por no “abrazar” cambios forzados–, sino que cortaba su cabello y su espíritu para filmar su colapso. Esto vendía morbo puro: espectadores enganchados al sufrimiento, similar a un circo romano moderno.
A pesar de lanzar algunas carreras, ANTM es criticado por no proporcionar oportunidades reales. Muchas ganadoras lucharon por ser tomadas en serio, estigmatizadas como “chicas de reality”. El legado del programa, reevaluado en la era #MeToo, es uno de toxicidad. En foros como Reddit, los fans debaten cómo los makeovers dañaban la autoestima, con picos en meltdowns vinculados a cortes de cabello. Exconcursantes como Louise Watts (Ciclo 18) se negaron a cambios, exponiendo la coerción del programa.
En definitiva, America's Next Top Model no fue un trampolín al éxito, sino un producto cruel que explotaba la vulnerabilidad de jóvenes mujeres. Hacía perder a chicas con gran potencial, cortaba su cabello y grababa cómo se derrumbaba su dignidad y sueño, todo para vender morbo. En un mundo donde la televisión reality evoluciona hacia la empatía, ANTM permanece como un recordatorio de lo que no debe ser: un espectáculo que prioriza el dolor sobre el empoderamiento. Su cancelación en 2018 fue un alivio, pero el daño a sus víctimas perdura, urgiendo a la industria a priorizar la humanidad sobre los ratings.
Infograma.org

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