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martes, 14 de octubre de 2025

Afganistán y Pakistán se enfrentan con armas y drones


En la medianoche del 12 de octubre de 2025, la Línea Durand, la disputada frontera de 2.600 kilómetros entre Afganistán y Pakistán, se convirtió en un campo de batalla donde artillería, morteros y drones resonaron en la oscuridad. Lo que comenzó como un ataque aéreo paquistaní contra supuestos santuarios terroristas en territorio afgano desató una respuesta feroz de los talibanes, marcando uno de los enfrentamientos más sangrientos desde su regreso al poder en 2021. Con decenas de muertos, pasos fronterizos cerrados y un comercio paralizado, esta crisis amenaza con desestabilizar no solo a ambos países, sino a toda Asia Central. Este artículo explora las raíces históricas del conflicto, las causas de la reciente escalada, sus impactos humanitarios y económicos, las reacciones globales y el incierto camino hacia la paz.


El origen de esta crisis se remonta a 1893, cuando el diplomático británico Mortimer Durand trazó una línea divisoria entre el Emirato de Afganistán y la India británica, separando comunidades pastunes que compartían lazos culturales y étnicos. Esta frontera, conocida como la Línea Durand, nunca fue plenamente aceptada por Afganistán, que la considera una imposición colonial. Desde la independencia de Pakistán en 1947, la disputa ha generado tensiones constantes, agravadas por conflictos armados, movimientos separatistas pastunes y acusaciones mutuas de interferencia. La invasión soviética de 1979 y la posterior intervención estadounidense en 2001 añadieron capas de complejidad, con Pakistán apoyando a los talibanes en los años 90 para contrarrestar la influencia india, solo para enfrentarse luego a la insurgencia de los talibanes paquistaníes (TTP) tras el colapso del régimen talibán en Kabul.


La construcción de una cerca fronteriza por parte de Pakistán desde 2017, destinada a frenar el paso de militantes y migrantes, fue vista por Afganistán como un intento de legitimar una frontera ilegítima. Esta desconfianza histórica, combinada con la fragilidad política de ambos países, ha convertido la Línea Durand en una herida abierta, lista para inflamarse ante cualquier chispa.


La escalada comenzó el 9 de octubre, cuando Pakistán lanzó ataques aéreos en provincias afganas como Kabul, Khost, Jalalabad y Paktika, dirigidos contra líderes del TTP, un grupo militante responsable de cientos de ataques en Pakistán este año, incluyendo una emboscada que mató a 11 soldados en el noroeste. Islamabad justificó los bombardeos como operaciones precisas contra "santuarios terroristas", pero los talibanes los denunciaron como una violación de su soberanía, prometiendo represalias.


El 11 de octubre, fuerzas talibanes lanzaron ataques nocturnos contra puestos fronterizos paquistaníes en áreas como Angoor Adda, Bajaur, Kurram y Chitral, capturando al menos 25 posiciones. La noche siguiente, el conflicto alcanzó su punto álgido: los talibanes afirmaron haber matado a 58 soldados paquistaníes y capturado armamento, mientras Pakistán reportó 23 bajas propias y la destrucción de numerosos puestos afganos, con "cientos" de combatientes talibanes eliminados. Nueve soldados talibanes murieron y decenas resultaron heridos en ambos bandos. Imágenes de artillería paquistaní y supuestos prisioneros circularon en redes sociales, aunque su autenticidad no está confirmada. Los enfrentamientos cesaron temporalmente gracias a la mediación de Qatar y Arabia Saudita, pero la frontera permanece tensa.


Pakistán respondió cerrando todos los cruces fronterizos, como Torkham y Chaman, paralizando el comercio bilateral. El primer ministro paquistaní, Shehbaz Sharif, prometió una respuesta contundente, comparándola con acciones previas contra India, mientras que el portavoz talibán Zabihullah Mujahid advirtió que nuevos ataques aéreos provocarían una "respuesta fuerte". En una visita a India, el ministro de Exteriores afgano, Amir Khan Muttaqi, aclaró que no tienen problemas con el pueblo paquistaní, pero sí con "grupos que buscan sabotear" la estabilidad.


El núcleo del conflicto actual es el Tehrik-e-Taliban Pakistan (TTP), un grupo insurgente que busca imponer un régimen islamista en Pakistán y que ha intensificado sus ataques desde el regreso de los talibanes al poder en Kabul. Con más de 600 atentados en 2025, el TTP ha aprovechado la porosidad de la frontera para operar desde territorio afgano, según Pakistán. Kabul, sin embargo, niega estas acusaciones y sostiene que Pakistán usa al TTP como excusa para justificar incursiones y deportaciones masivas de refugiados afganos, de los cuales unos 3 millones viven en Pakistán, muchos enfrentando expulsiones forzadas.


La dinámica es un círculo vicioso: los ataques aéreos paquistaníes provocan respuestas talibanas, que a su vez alimentan más operaciones antiterroristas de Islamabad. Factores externos complican el panorama. Pakistán acusa a India de financiar al TTP para desestabilizarlo, una acusación que Nueva Delhi rechaza. Mientras tanto, la influencia de China, a través de proyectos como el Corredor Económico China-Pakistán, presiona a Pakistán para controlar la violencia y proteger sus inversiones.


El costo humano del conflicto es alarmante. En la región paquistaní de Khyber Pakhtunkhwa, el 71% de las muertes violentas de 2025 están ligadas a estos enfrentamientos, con civiles atrapados en el fuego cruzado. Miles de personas han sido desplazadas en ambos lados, enfrentando escasez de alimentos, agua y refugio. El cierre de fronteras ha detenido el flujo de ayuda humanitaria y bienes esenciales, afectando especialmente a Afganistán, que depende de rutas paquistaníes para importar alimentos y combustible. El comercio bilateral, valorado en miles de millones de dólares, está paralizado, golpeando a comunidades fronterizas que viven del intercambio.


A nivel regional, la crisis amenaza con desbordarse. La inestabilidad podría alimentar el flujo de refugiados hacia países vecinos como Irán y Tayikistán, mientras que el fortalecimiento del TTP podría inspirar a otros grupos militantes. La interrupción de rutas comerciales también afecta proyectos regionales, como los gasoductos que conectan Asia Central con el sur de Asia, aumentando la inseguridad energética.


La comunidad global ha reaccionado con preocupación. China, un aliado clave de Pakistán, urgió a ambas partes a dialogar para proteger sus intereses económicos. Arabia Saudita, vinculada a Pakistán por un reciente pacto de defensa, medió en el cese temporal del fuego. Estados Unidos, bajo la administración de Donald Trump, ha mostrado interés en intervenir, con Sharif nominándolo para el Nobel de la Paz por sus esfuerzos en conflictos regionales, aunque esta propuesta ha generado escepticismo. La ONU ha advertido sobre el riesgo de un "conflicto mayor" que desestabilice Asia Central, llamando a ambas partes a priorizar la diplomacia.


Sin un diálogo sustantivo, el conflicto amenaza con prolongarse. Los talibanes, con experiencia insurgente y equipo militar avanzado heredado de Estados Unidos, podrían optar por una guerra prolongada para consolidar su poder interno y proyectar fuerza regional. Pakistán, por su parte, enfrenta presión interna para erradicar al TTP, lo que podría llevar a más incursiones aéreas. La mediación de terceros, como Qatar o Turquía, parece la única vía para desescalar, pero requeriría que ambos lados cedan en puntos clave: Pakistán exige acción contra el TTP, mientras que Afganistán busca el fin de las deportaciones y el reconocimiento de su soberanía.


La raíz del problema, la Línea Durand, permanece como un obstáculo insuperable sin una redefinición de la frontera o un acuerdo de cooperación. Mientras tanto, las comunidades pastunes, divididas por esta línea arbitraria, siguen pagando el precio de un conflicto que combina ambiciones geopolíticas con agravios históricos.


La escalada entre Afganistán y Pakistán no es solo una disputa militar, sino un reflejo de divisiones coloniales, rivalidades modernas y el desafío de gestionar una frontera porosa en un mundo volátil. Para evitar una guerra total, ambos países deben priorizar el diálogo, reconociendo su interdependencia cultural y económica. De lo contrario, la Línea Durand podría convertirse en un símbolo permanente de conflicto, con consecuencias devastadoras para millones de personas en la región. 




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