Infograma / Volvió a temblar el tablero político peruano. Otra presidenta que cae, otro Congreso que actúa como juez y verdugo, y un país que parece condenado a caminar en círculos. Dina Boluarte, la abogada moqueguana que llegó al poder prometiendo “unidad y estabilidad”, fue destituida por incapacidad moral permanente el pasado 10 de octubre, tras un proceso exprés en el que 121 votos bastaron para cerrar su controvertido capítulo.
La historia se repite con un libreto ya conocido: un gobierno tambaleante, una sociedad cansada y una clase política que juega al ajedrez con las instituciones. Pero esta vez, el escenario era más delicado. Mientras la inseguridad crecía como una sombra sin freno —con homicidios en aumento y miles de denuncias por extorsión—, la paciencia del pueblo se agotaba. El atentado contra la popular orquesta Agua Marina fue el último golpe a la confianza. Un país donde hasta la música se convierte en blanco de la violencia es un país que pide auxilio.
Un gobierno que se perdió entre joyas y promesas
Dina Boluarte no cayó de la noche a la mañana. Su caída fue un derrumbe lento, anunciado desde hace meses. El famoso “Rolexgate” —esa colección de relojes y joyas que nadie supo explicar—, las investigaciones por corrupción, las denuncias de abuso de poder y una popularidad que apenas alcanzaba un 4%, fueron la mezcla perfecta para el desastre.
Y mientras el descontento crecía, ella optó por una alianza con el Congreso que terminó devorándola. No hubo elecciones anticipadas, ni renovación política, ni señales de autocrítica. En cambio, se aprobaron leyes polémicas, amnistías para militares investigados y una represión que dejó más de 50 muertos en las protestas post-Castillo. Los organismos internacionales no tardaron en condenar los excesos. Pero Boluarte siguió firme, hasta que su propio respaldo político le soltó la mano.
José Enrique Jerí: ¿el salvador o un nuevo capítulo del mismo drama?
La madrugada del 11 de octubre, José Enrique Jerí Oré —presidente del Congreso, 38 años, rostro nuevo, pero ya con su propia polémica— juró como mandatario interino. En su primer discurso, habló de “una guerra frontal contra el crimen” y de “un gabinete de unidad nacional”. Sonó bien. Pero en Perú, las palabras ya no bastan: el pueblo ha escuchado demasiadas promesas para creer sin pruebas.
Jerí, con denuncias archivadas y alianzas tejidas en los pasillos del poder, encarna tanto la esperanza como la desconfianza. Su ascenso fue tan rápido como la caída de Boluarte. Y las calles ya hierven otra vez: unos celebran la destitución; otros exigen la liberación de Pedro Castillo, aquel maestro rural que aún divide al país entre víctimas y culpables.
Perú: un país que no termina de curar sus heridas
Con esta destitución, Perú suma ocho presidentes en nueve años. Ninguna nación aguanta tanto vaivén sin pagar un precio. El desgaste institucional es profundo y la fe en la política, casi inexistente. Lo que en otros tiempos era un símbolo de democracia, hoy parece un círculo vicioso donde los líderes se relevan sin resolver lo esencial: la pobreza, la violencia y la desigualdad.
Mientras tanto, la región observa con atención. Desde México, Claudia Sheinbaum ha pedido respeto al orden democrático y la liberación de Castillo, lo que agrega un matiz internacional al conflicto. Pero, más allá de los discursos, lo que el Perú necesita es un respiro. Una tregua con su propio destino.
Boluarte se fue como llegó: entre la duda y la desconfianza. Jerí promete una nueva etapa. Y el pueblo, cansado pero resiliente, vuelve a mirar hacia adelante, esperando que, al fin, la historia cambie de tono.
Porque ya es hora de que el Perú deje de ser noticia por sus crisis, y empiece a serlo por su recuprecuperación.
INFOGRAMA.ORG
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